martes, 20 de noviembre de 2007

Un cuento chileciteño

Chilecitohistorico busca por medio de la red, la difusión de la historia y la cultura de nuestra Perla del Oeste riojano.
Los cuentos forman parte de esta tradición, y por ese motivo elegi la publicación de este relato denominado Grandote era el miquilo, donde se describe un poco de las tradiciones locales.

Carlos Valenzuela
Grandote era el miquilo


El chango Doraliso sale, a burro, “pal campo”, y bien provisto de alforjas, diz que en busca de un “monte” que le “saben” pedir para reme­dio, La verdad es que no va a nada bueno sino a hacer sus diarias pillerías. Ya en la punta de la extensa alameda, en donde empieza el de­sierto, se ha topado con el chango “Ulogio”, que reposa tendido en el “alfar”, “ichuna” a un lado y con los pies metidos en la acequia.
-p'ánde vai... -ha susurrado sin moverse el yaciente, en posición “antarca” y enlazadas las manos en la nuca.
El Doraliso ha detenido su burro, y ahora si confía la verdad a quien supone que podría ser un buen cóm­plice:
-Voy -responde con un dejo de misterio en la voz- pa los bañaus; ¡allúuuu!... Vieras que lindo chacral... ¡Así los choclos!... ¿Nos lleguemos, querís?
-Te va a pillar don Zenón... -advierte, medio burlón, medio tomán­dosela en serio el Ulogio.
-No, en la siesta no sabe ir don Zenón... A mí el que me hace miedo es el Miquilo.
-¿Ahá? ¿Que has sabiu verlo en el chacral al duende?
-No, nunca lo hi visto: pero a esta hora diz que sabe salir.
Ulogio queda pensando y repensando... pero no se decide a acom­pañar al vecino.
- Andá no más, y me contás des­pués como te ha iu.
Ladea un poco la “res” entre el “alfar”, porque un rayito de sol le apunta justo a los ojos y se apresta a dormir. El Doraliso cierra piernas a su asno, mete cabos de rienda a un lado y otro, y cae al trote en los bal­díos de arenal ardiente y retamal.
En los extensos bañados que, se­gún decir, “no son de nadie” don Zenón Callampa se ha arriesgado a meter reja de arado y arrojar semi­lla, por si está de Dios que allí le medre un “chacral”. Cuando, me­diando el verano, cae lluvia bien­hechora y por los playos desiertos se desborda, turbio, el Capayán, el mete un “taco” en uno de sus “guaycos”, con padrones y “monte”, arma una toma precaria, aunque efi­caz para lo que él se propone, y echa el agua al plantío, que hoy ya está como de metro y medio y con espi­gas gordas madurando.
En los baña­dos -un playón casi limpio de male­za, abandonado o “botado” desde “cuanta” -la tierra es casi virgen, y tan rica en abonos naturales, que no hay siembra que no venga lozana y de excepción. Sólo es preciso estar­se un poco alerta, por los loros que bajan en bandada y, cuando el gra­no germina, casi a diario los “gui­ñes” del amanecer... Sin olvidar, ya en verano y con el fruto en su per­fecta sazón, a los vecinos amigos de lo ajeno, que por cierto no faltan.
Medio tendido a lo indio sobre el lomo de su asnal pegaso, el Doraliso va buscando la orilla del “chacral”. No hay seña alguna de guardián a esas horas, no hay perros a la vista bajo un sol que espejea en todo el valle y se destroza en los cuchillos verdes de las chalas.
Un caminejo o picada entre elevadas plantas que deshacen al viento el encendido pe­nacho de su flor, conduce al chango y su burro al corazón del maizal.
Silencio. Nadie en redor... Tiene el audaz la certeza de estar solo allí, como lo ha estado otras veces, en visitas de tardes sucesivas. Solamen­te un temor supersticioso por el duende amigo de las siestas, lo pre­ocupa y lo inquieta.. ¿Y si fuese ese diablillo mismo el cuidador celoso del “chacral”, el guardador de los choclos codiciados? Dicen de él que suele ser tan forzudo, tan hábil pegador, como menudo es de cuerpo, que un enano parece. Alguien cuentan verdaderas proezas del Miquilo. Sus saltos al pegar, su extraordinario poder para llevarse un hombre por los aires y dejarlo tres cuadras a lo lejos. Aunque él, el Doraliso, nunca pudo columbrar si­quiera su presencia en lo hondo del maizal. Ni oyó su paso ni encontró huella alguna de su pie. Y sin em­bargo cree, y teme vedo. Y que lo “aporrie” el maligno con su mano de plomo (la otra, dice, “sabe” ser de lana). A cada instante, a cada cho­clo que desgaja y embolsa, cree ser descubierto y atacado. Y puestos, cara y cuerpo, a la miseria por el bra­vo enanito.
¡Eh! allí tiembla una hoja... Y allí la planta toda... Eso ya no es el vien­to, que además, ahora se ha queda­do inmóvil por todito el plantío. Doraliso se yergue, se apercibe, es­pera... Pero no. Debió de ser un ani­mal que pasaba. Liebre, “shuri”, reptil, pájaro en vuelo...
Más, de súbito, iZas! Las plantas ábrense ante él, porque dos brazos fuertes, decididos, las separan igual que a un cortinado. Y ya lo que era simplemente sospecha es realidad espantosa. Realidad que sorprende y paraliza. Una presencia que, más bien que fantasmal o ilusoria, es de persona real, hombre de todos los días. Y que, además, al Chango se le viene brutalmente encima. En un instante, pues, y sin que atine él a defenderse o huir, ocurre todo y se consuma todo. Oyense gritos, ja­deos, maldiciones. y por fin conclu­ye el atacante:
-¡io te vo a da, ladrón!... ¡Botá los choclos! ¡Y tomá, tomá... tomá...,pa que te sirva'e leición!...
Al Doraliso se le enluta el día. Su cabeza es un bombo. Ha debido caer, con tantos golpes, más no sabe cómo, ni por cuanto tiempo, ni cómo es que ha logrado levantarse, y mu­cho menos cómo ahora anda en pie, como “chumau”, tomado de las ca­ñas, y en un pozo de sombra, un nu­barrón negro ocre, como un sol apa­gado. Al fin se ve junto a la estampa del burro, que lo aguarda fielmente. Y todo el cuerpo se le niega y grita cuando quiere montar. Pero se aga­rra de un manojo de crin, aúpa agatas la pierna, como un gajo roto, se aco­moda... y se va.
Con las alforjas vacías toma, la­cio, mohino, al lerdo andar del ju­mento. En el “alfar” donde se había quedado, más quizás durmiendo que segando, le ha salido, “ichuna” en mano, su vecino Ulogio.
- De ahí, ¿ que te anda pasando? - clama, helado de asombro ante el jinete, que aparece pálido, maltre­cho y con un ojo como “uñuño” maduro.
El malparado y peor sentado aho­ra se guarda la verdad, busca ampa­rarse en el caso misterioso:
-¡Me ha saliu el Miquilo!... -se lamenta.
-¿El Miquilo? ¡Ve!... ¿El mesmo duende?
-i El mesmo!
-¿El de la mano 'i lana y mano 'i plomo?
-i ¡Pues!!
Crece el asombrq, el pasmo del Ulogio.
-¡Ve, che, y cómo te ha puesto!...
¿Y pega juerte, no?
El Doraliso casi rompe a llorar cuando confiesa:
-¿Que si pega juerte?.. ¡Mamita, como aporria!
El de la hoz quiere enterarse aún más. Todo ansiedad, recava porme­nores.
-¿Che y como es (vos que los has visto) el Miquilo? ¿Es un diablillo medio sombrerudo?
-Sombrerudo... no sé.. Pongamos que es.
-¿Pero es verdá lo de una mano 'i lana y otra 'i plomo?
-¡A mi se mi hace que 'i plomo son las dos!
-¿Y es bajoncito? ¿Es ashinita no más?
El Doraliso abre unos ojos tama­ños, unos ojos de espanto o mejor dicho, ojo y medio, porque más no puede y cual si aún tuviese por de­lante al monstruo aquel, brutal, aporreador, remata, medio entre ahogos:
-¡No era, no, ashinita... ¡No era, no, bajoncito! ¡ que va a ser....!
¡Grandoto era el Miquilo (ah, jua 'i p...) y con la mesma cara 'e don Zenón!...

José Rexach

Integración Cultural
Número dedicado al Departamento Chilecito
Héctor David Gatica

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